Leer texto completo

Salí a la calle fijándome en todo, sonriendo a los desconocidos,
saludando a gente a la que nunca había visto. Trataba de parecer afable,
me temo que resulté sospechoso. ¿Demasiada ropa para un día de agosto?
Maldita manga larga. Y todo por el aire acondicionado. Me acordé de un
poema de Joseba Sarrionaindía que habla de un hombre que ha estado en la
cárcel. Durante el resto de su vida, dice, dentro de él vivirá un
condenado: ve fiscales y jueces por todas partes; cree que los policías,
aun sin reconocerlo, lo miran más que al resto de los transeúntes. ¿Por
qué? Porque su paso no es sosegado o bien porque es demasiado
sosegado.
Tímido, distante, etcétera. Parecía la primera línea de la condena:
prisión permanente revisable, ese eufemismo para cadena perpetua. “Estás
callada por indecisión y te llaman orgullosa”. Camino del quiosco se me
pegó esa cancioncilla de Sr. Chinarro. Me puse a simular que hablaba
con el teléfono móvil.