12 de mayo de 2016

Tímidos del mundo, uníos

Por Javier Rodríguez Marcos

Leer texto completo

“Es tímido, distante, poco afable”. Pensé que las noticias hablaban de mí, pero hablaban de un presunto homicida. Si hubieran dicho que era extravertido, cercano y cordial la descripción funcionaría, sin duda, como un atenuante. Como cuando se dice de un terrorista que parecía una persona normal. Distante, poco afable y tímido no podían ser más que agravantes. Me molestó la descripción. Como si hubiera una relación causa-efecto. Carácter es destino, les faltaba decir. Primero me molestó, más tarde me alarmó. Me tuvo nervioso todo el día. ¿Habrían escuchado las noticias mis vecinos? Bajé por la escalera para no tener que coincidir con nadie en el ascensor. Casi en la calle, a la altura del 1º D, me di de bruces con la señora Patro, 88 años. Me tiene cariño, yo lo sé, pero no olvido que alguna vez me dijo que su nieto también era muy tímido, callado, “como tú”. Traté de recordar si había añadido “distante, poco afable”. Luego escapé al portal.
Salí a la calle fijándome en todo, sonriendo a los desconocidos, saludando a gente a la que nunca había visto. Trataba de parecer afable, me temo que resulté sospechoso. ¿Demasiada ropa para un día de agosto? Maldita manga larga. Y todo por el aire acondicionado. Me acordé de un poema de Joseba Sarrionaindía que habla de un hombre que ha estado en la cárcel. Durante el resto de su vida, dice, dentro de él vivirá un condenado: ve fiscales y jueces por todas partes; cree que los policías, aun sin reconocerlo, lo miran más que al resto de los transeúntes. ¿Por qué? Porque su paso no es sosegado o bien porque es demasiado sosegado. 
Tímido, distante, etcétera. Parecía la primera línea de la condena: prisión permanente revisable, ese eufemismo para cadena perpetua. “Estás callada por indecisión y te llaman orgullosa”. Camino del quiosco se me pegó esa cancioncilla de Sr. Chinarro. Me puse a simular que hablaba con el teléfono móvil.