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Sonaba Stella by starlight de Stan Gezt. Era Anna Karina viviendo
su vida en alguna película de los años sesenta franceses, dando vueltas
al borde del vaso con su distraído índice durante... ¿cuánto? ¿Quince,
veinte minutos? Su silueta era tal cual la recordaba.
Había olvidado cuánto hacía desde que se citaban en aquel restaurante.
Cuando llegó, ella ya lo estaba esperando en su mesa. Todo sería ideal
si no fuese por la peculiaridad de aquel biombo que los separaba y
ocultaba al uno del otro. Ese que, su acompañante, desde la primera
cita, se empeñaba en instalar noche tras noche.
La conversación fluía a través de la muralla de papel de arroz que los
dividía. La misma voz, la misma risa. Todo era idéntico a pesar de que
solo quedase la silueta. Esa pequeña nariz en algún furtivo recorte del
perfil que la luz permitía traslucir a veces. Era ella. De alguna
manera, seguía siéndolo.
Pasaban la velada recordando los buenos tiempos, aquellos en los que
eran ignorantes y, como tal, jóvenes -y no viceversa, nunca viceversa.
¿Por qué había comenzado todo? Hizo memoria mientras ella seguía
embelesada, mirando al vaso pero sin ver nada, transportada,
seguramente, al parque en el que transcurrió aquella anécdota que hace
apenas unos minutos recordaban entre silencios.
Durante la mudanza, entre los libros, había resbalado y caído la
fotografía de un grupo de adolescentes sonrientes y algo desaliñados
tras un día de turismo por alguna ciudad de Europa. Cualquiera, daba lo
mismo. La imagen se precipitó al suelo con la suavidad de una hoja,
trayendo consigo la impasibilidad del otoño.