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Al Donato, todo el mundo en el pueblo, principiando por el alcalde y
pasando por mocosos y comadres hasta llegar al cura párroco, que según
las malas lenguas fue quien se lo puso una tarde de julepe y vinazo, lo
llamaba “El Tío Calambres”. Era este el título de una tonada muy popular
el año que Donato vino al mundo, una aterradora y cargante melodía
cantada por un tipo grandón y desgarbado que nos vino, en mala hora, del
otro lado del charco a dar la matraca a base de bien y cuyas señas más
distintivas no eran, que digamos, su exquisita ni embriagadora tesitura
vocal y tipo apolíneo sino unas corbatas horrorosas –a cual más
espeluznante– que le llegaban hasta la bragueta y unos mofletes fofos y
repelentes en desplome continuo, como dados de sí, perfectos para
arrearles un buen pellizco a mala leche. O una hostia en condiciones, a
ver si se callaba de una puta vez el vocalista ultramarino con la
cancioncita del copón. Ya te habrás dao cuenta que en este pueblo
–bueno, como en casi todos, creo yo, que levante la mano y tire la
primera piedra el que esté libre de pecao– somos muy de poner apodos. Y
aunque las monjitas del hospicio –unas brujas, dicho sea de paso, no te
fíes ni un pelo de ellas, yo te aviso– lo habían bautizao Donato por el
santo del día en que apareció en el torno “berreando como un descosío y
cagao hasta las trancas”, como aseguró, implacable y cotilla, la hermana
tornera, y Expósito Expósito –éstos por desconocerse el apellido de los
progenitores que, según todos los indicios, acaso fueran una pareja de
temporeros que apareció por aquí para lo de la vendimia; y vista la
tripa con la que ella llegó y lo esbelto de su figura cuando se marchó,
no andaría muy desencaminado el rumor aunque “seguro, seguro, la
muerte”, que decía mi abuela–), a tenor de la maña que se daba el mocoso
con todo tipo de herramientas y utensilios apenas levantó dos palmos
del suelo, con “El Tío Calambres” se quedó para los restos. Ya le podías
llamar Donato catorce veces seguidas que el tío ni se inmutaba, no se
daba por aludido, “pasaba de ti”, como suelen decir los mozos de ahora
con su labia insulsa.
Hasta el cartero (un lumbreras, el Ginés, que éste también es para
traca) devolvía la correspondencia que le llegaba con su nombre legal,
tal era la fuerza del alias. Como no pusiera bien clarito en el sobre
“El Tío Calambres”, carta p´atrás como que mañana es domingo. Coño, no
le entregaba ni las del banco, que más de una vez estuvo la tontería a
puntito de costarle al Donato algún disgusto de los gordos.