Leer texto completo
Asiste a un grupo para dejar la cocaína. Paseamos por el barrio: un terreno baldío entre edificios, bares mugrientos, miradas torvas… Dentro de nada cumpliremos treinta y tres. Hemos conseguido eso que siempre deseamos mientras hacíamos la carrera, que el mundo se olvide de nosotros. * Sabemos lo del aborto por su hermana, lo que ha cambiado desde entonces. Pero aguardamos detrás de las convenciones, de las preguntas sin importancia: ¡tremendo el terremoto en Asia!, ¿sabéis que Bea se operó las tetas?, ¡este puente iremos a Cuenca!, ¿no os pasa que cuanto menos tenéis que hacer, más sucia y dejada está vuestra casa? A veces parece que algunas palabras estuvieran precintadas y sentimos la obligación de respetar ese límite, de permanecer detrás del cordón. La línea de la vida, la de la desesperación. Paralelas. Próximas por momentos. Ella está agarrada a ambas ahora mismo. Un ejercicio complejo. * Estamos fumando y dice Noséquién sin venir a cuento: “¿Qué futuro nos espera?” No contesto, nadie contesta. Dichosa manía de meternos solos en la olla y encender el fuego. * X le dice a Y que se siente mal, como despegada, cuando la gente a su alrededor está borracha o eufórica. Y le dice a X que le perdone, que se le ha terminado la copa y han puesto una canción que le encanta. * Vino y después Gin-tonics. El tío de la barba perfecta, amigo de amigos, y la charla sobre smartphones, parejas, restaurantes… ¿Podrías por una noche, por esta noche, dejar a un lado tu precaria vida y callarte un poco?.