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Anna Kavan nació como Helen Emily Woods en 1901 en Cannes, de padres británicos. Pasó su infancia en un internado en el sur de Inglaterra, y después fue obligada a casarse con un amante de su madre que trabajaba como oficial en la antigua colonia inglesa de Birmania (actual Myanmar), renunciando así a una beca para estudiar en Oxford. Kavan pasó a llamarse Helen Ferguson, y fue en Birmania donde empezó a escribir. Tras un turbulento divorcio y dejar a su primer hijo con su exmarido, Kavan regresó a Inglaterra y se casó con el pintor Stuart Edmonds. O eso dice el mito de Anna Kavan. Lo importante es que fue entonces cuando comenzó a publicar, sin mucho éxito, hasta seis novelas pertenecientes al género de los “home counties”, novelas de corte doméstico que se centraban en los problemas derivados del matrimonio y otros pormenores de la pequeña burguesía inglesa. Sin embargo, allí ya encontramos, aunque presentados con un estilo algo tradicional, los temas que marcarían su narrativa: el abandono, las relaciones tormentosas, los horrores del matrimonio heteronormativo y la familia nuclear, la soledad, y la paranoia de vivir en una sociedad cada vez más parecida a una heterotopía Foucaultiana. En efecto, esta falta de empatía y de cuidados a menudo llevan a los personajes protagonistas a abandonarse a la locura o a la drogadicción –alternativas cuerdas ante una sociedad cada vez más esquizofrénica. Como dijo David Cooper, antipsiquiatra y activista, “todo delirio es un acto político”. Y así creo que debería definirse el delirio de Anna Kavan.