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Durante el primer mes del año 2000, precisamente cuando cruzábamos milenio y siglo de un portazo, comen-zaron a arribar a las distintas regiones de la geografía cubana unos extraños duplicadores electrónicos denominados Risograph. Como parte del envío de este inusual dispositivo, se incluía un ordena-dor con sus accesorios correspondientes, varios paquetes de hojas, el calificativo "Sistema de Editoriales Territoriales (SET)", y la urgencia de conformar planes de publicación emergentes.
Muchas provincias recibieron la implementación de la nueva tecnología sin ninguna experiencia, lo que significaba partir de cero; mientras en unos pocos casos, se contaba con un bregar de más de una década de trabajo con las llamadas "impresiones directas", realizadas en las antiquísimas máquinas Chandler del siglo XIX. Comenzó entonces en todo el país un proceso de adaptación, familiarización y estudio de los equipos donados por el Estado, con el inconveniente adicional de que dicho proceso debía ser breve en extremo, pues apremiaba conformar los planes editoriales correspondientes a los años 2000 y 2001, con solo una semana de diferencia.
La inserción de la Riso en la Isla debe enmarcarse en los términos de la política cultural vigente, que como resultaba obvio, no respondía a intereses de mercado; o sea, las editoriales estaban subsidiadas por el Estado y su objetivo no era (permítanme subrayar la frase) vender libros, sino contribuir a la materialización del esfuerzo de aquellos autores que no podían acceder a las casas editoras ubicadas en la capital. El rigor de las labores editoriales fue suplantado por un ajetreo al que no estaban acostumbrados nuestros técnicos y especialistas. Del proceso de selección de originales y conformación de los planes se transitó velozmente a edición, corrección, composición, diseño e impresión. Había que emular con la velocidad de la Riso, aunque la encuadernación continuaba (continúa) siendo tan artesanal como antes.
Muchas provincias recibieron la implementación de la nueva tecnología sin ninguna experiencia, lo que significaba partir de cero; mientras en unos pocos casos, se contaba con un bregar de más de una década de trabajo con las llamadas "impresiones directas", realizadas en las antiquísimas máquinas Chandler del siglo XIX. Comenzó entonces en todo el país un proceso de adaptación, familiarización y estudio de los equipos donados por el Estado, con el inconveniente adicional de que dicho proceso debía ser breve en extremo, pues apremiaba conformar los planes editoriales correspondientes a los años 2000 y 2001, con solo una semana de diferencia.
La inserción de la Riso en la Isla debe enmarcarse en los términos de la política cultural vigente, que como resultaba obvio, no respondía a intereses de mercado; o sea, las editoriales estaban subsidiadas por el Estado y su objetivo no era (permítanme subrayar la frase) vender libros, sino contribuir a la materialización del esfuerzo de aquellos autores que no podían acceder a las casas editoras ubicadas en la capital. El rigor de las labores editoriales fue suplantado por un ajetreo al que no estaban acostumbrados nuestros técnicos y especialistas. Del proceso de selección de originales y conformación de los planes se transitó velozmente a edición, corrección, composición, diseño e impresión. Había que emular con la velocidad de la Riso, aunque la encuadernación continuaba (continúa) siendo tan artesanal como antes.