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Si el olvido habita en los vastos jardines sin aurora, donde campea la muerte, el recuerdo y la memoria habitan en la vida. Este guiño a Bécquer o a Cernuda, que tanto monta, no es sino un reóforo emotivo para enderezar estas palabras dedicadas a un hombre señero, profesor e investigador ejemplar y modélico, del que tuvimos la fortuna de gozar vivamente generaciones de universitarios en Extremadura y del que seguiremos gozando y aprendiendo siempre como fieles lectores.
Hace aproximadamente treinta y cinco años don Ricardo, primer Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura, llegó a su clase de teoría de la Literatura y me dio copia de un poema que yo desconocía entonces; su título era “Donde habite el olvido”, emblemático texto prólogo del homónimo libro de Luis Cernuda. Tras la encerrona de rigor, que nos aterraba y galvanizaba a un tiempo a sus alumnos, tuve que comentar aquellos versos ante mis compañeros y ante el propio maestro, con las únicas armas de mi magro entendimiento de estudiante de cuarto curso. Pasado el trance lo mejor que pude, con el paso del tiempo, se ha ido afirmando en mí una gratitud sincerísima por el mucho bien que aquellos ejercicios temidos me han deparado en mi formación de lector, en mi vocación de lector, vocación tantálica, pero llevadera gracias a los firmes asideros que nos dieron maestros como Ricardo Senabre. En concreto, volviendo a Luis Cernuda, nunca le agradeceré bastante a don Ricardo aquella elección, aquel tour de force a que me sometió. No es por ello mera convención amistosa o fatua cortesía la que me lleva a su elogio y aprecio, sino la honda certidumbre de que su memoria en mí y en otros muchos es imperecedera. ¿Y acaso no es esa la mayor gloria a la que aspira un profesor, un escritor?