El fervor de Miguel Floriano
Por Antonio Rivero Machina
Publicado en nº 2 (Primavera 2016)

Miguel Floriano, Quizás el fervor, Sevilla, La Isla de Siltolá (Tierra, 62), 2015, 79 págs.
 
Dediquemos ahora unas líneas al fervor de otro joven poeta. Es Miguel Floriano Traseira (Oviedo, 1992) miembro de la autodenominada «curia secreta del Patarrealismo salvaje», si bien de secreta ya le va quedando poco. De manera constante y consciente, este grupo de jóvenes escritores asturianos –todos poetas y algo más– va asomando sus patitas salvajes por los umbrales del canon por venir. Sin embargo, las primeras huellas que esta sociedad poética nos va dejando sobre el parqué de nuestro parnaso, pese al desafiante epónimo con el que firman sus manifiestos colectivos, lejos de ensuciarlo con fango y ruido de ocasión –y no digamos más– hacen de la exigencia formal una de sus señas de identidad. Su desafío salvaje, aunque sé que se reservan otros registros en el cajón, va por estos últimos y domesticados derroteros. Y entiéndase esto último –lo de domesticado– como elogio, y no como desdoro. Porque el desafío de este grupo emergente –hacía tiempo que nuestra historia literaria no se encontraba ante una voluntad colectiva tan coherentemente premeditada– radica en su descarado fervor por tensar los límites y posibilidades del ejercicio poético más exigente.
 
Junto a Floriano, encontramos como patarrealistas destacados los nombres de Diego Álvarez Miguel (Oviedo, 1990), que con su Hidratante Olivia mereció el XXX Premio Hiperión en 2015; Xaime Martínez (Oviedo, 1993), quien también ha publicado en Hiperión su Fuego cruzado, a la sazón premio Antonio Carvajal en 2014; o el de Rodrigo Olay (Noreña, 1989), autor entre otros del poemario La víspera, publicado en 2014 en La Isla de Siltolá. Porque el caso es que, patarrealistas o no, Asturias prodiga últimamente jóvenes poetas a tener, como poco, en cuenta. Desde Pablo Núñez (Langreo, 1980), Sofía Castañón (Gijón, 1983), Carlos Iglesias Díez (Oviedo, 1983), Laura Casielles (Pola de Siero, 1986) o Alba González Sanz (Oviedo, 1986) a las más jóvenes Ruth Llana (Asturias, 1990), Sara Torres (Gijón, 1991) y Raquel Fernández Menéndez (Salas, 1993), entre otras voces. Todas ellas catalizadas por la excelente revista Anáfora, que suma ya cinco números desde mayo de 2014.
 
Es pues en este contexto digamos extraliterario en el que se inserta, como punto de partida, la iniciada trayectoria poética del autor de Quizás el fervor. Ha publicado también Floriano los poemarios Diablos y virtudes (Málaga, Seleer, 2013), Tratado de identidad (Barcelona, Ediciones Oblicuas, 2015) y la plaquette Solícito adiós (poemas acuciados) (Gijón, Heracles y nosotros, 2015). No escamotea tampoco un torrente de poemas por editar, junto a reseñas y comentarios diversos, en su Lujuria crítica, blog personal de elocuente título.
 
Ciertamente, la escritura de Miguel Floriano se encuentra dominada por la ‘lujuria’ crítica y el ‘fervor’ poético. Quedémonos pues con estas dos ideas, estas dos construcciones que titulan lo que entendemos como, hasta la fecha, sus dos grandes proyectos consumados: su blog o «cuaderno de bitácora», ejemplo de cantidad y calidad para tan difuso género –el del blog–, y este último poemario mayor: Quizás el fervor. Leer este último libro es leer a un Floriano con las cartas bocarriba. Orgullosa y desafiantemente bocarriba. Es decir, que pese al premeditado y nada disimulado artificio técnico que en cada composición se persigue –demos por mencionado el repertorio métrico, compruébese por el lector comprando el libro– no nos encontramos ante la voz engolada de un aspirante al canon, sino ante un poeta honesto, que es uno de los mayores elogios que se puede reservar a un escritor. Digamos, llanamente, que yo me creo el fervor de Floriano, que lo considero sincero. Cierto que, como sucede con el resto de la plantilla titular del patarrealismo, el afán por demostrarse avezado en la métrica hasta sus últimas consecuencias –con interesantísimos resultados en algunas ocasiones, pienso en ciertos experimentos de Hidratante Olivia– podría llevar a más de uno a la sospecha de que nos encontramos ante un grupo de jóvenes vates en los que impera el virtuosismo epigonal, un prurito culturalista mal digerido. Bastará leerles para saber que no es así, para comprobar el profundo calado de sus propuestas.
 
Por todo ello, el conjunto de poemas de Quizás el fervor constituye en sí mismo una rendida declaración de amor a la Poesía. Así, con mayúsculas. Poesía no solo como ejercicio y artificio, sino como medio y modo de vida. Por ello, de nuevo en torrente, uno asiste en las páginas de este fervor ante un desfile de formas métricas –abunda el soneto–, con poemas de extensión y con poemas breves –particularmente destacable nos parece el poema «Exordio», de dos versos– sin que falte alguna prosa poética. Ofrece Floriano, en suma, un delicioso paseo por un fervor poético que a más de uno le hará recobrar la fe, tal vez perdida, en la escritura lírica como afán de vida, como entregado y entusiasmado ejercicio de hacerse literatura. La estrategia de Floriano no es, por lo tanto, escribir una poesía libresca, sino vivirse librescamente en ella como único modo de ser sinceramente. Así se nos revela Floriano en un poema cargado de intimidad, «Lo que le dijo un muchacho a su machacha, tras comprobar que los dos sabían ya lo que el otro quería en su poesía», en el que leemos: «Ahora que al fin has comprobado/ la impenetrable realidad/ literaria –y no tan literaria–/ que te rodea (…)/ ¿por qué no escribimos tú y yo/ acerca de esta pasión/ de la que somos dueños, a la luz/ de nuestra época,// como de verdad hacen los héroes?». Heroicos –los héroes de Xaime Martínez apareciendo por el fondo– se nos revelan, sin duda, esta fe recobrada en la Poesía, este quizás, este fervor.